Cada persona tiene un papel en la vida. A cada uno de nosotros se nos da varios dones, algunos nunca llegamos a descubrirlos, pero están ahí, en bruto, listos para ser pulidos. Otros en cambio los desarrollamos lo suficiente como para poder vivir de ellos.
No nos referimos a ellos con ese término, decimos que una persona es capaz de correr muy rápido o que es capaz de cantar muy bien. Pero son esas capacidades las que nos hacen a cada uno de nosotros especiales.
Hay otros dones que están ahí pero que no apreciamos. Una persona que ama a otra, tiene un don.
No todos son capaces de amar. A veces simplemente gustan de otras personas o les parece llamativa su personalidad, pero no aman. No sienten.
Esa capacidad de amar a alguien es quizás la más especial de todas. Se aprende a utilizar las piernas para correr y a controlar la garganta para cantar, pero no se aprende a usar el corazón; y una persona que sabe usar el corazón es porque tiene uno muy grande, porque tiene un don.
Lo malo es que a veces sobrevaloramos ese don, le damos más importancia de la que merece y empezamos a usar el corazón en nuestra contra, empezamos a amarnos a nosotros mismos y olvidarnos de los demás.
Y es que a veces valoramos nuestro propio corazón tanto, que olvidamos que los demás también tienen uno y lo destrozamos.Y es ahí donde perdemos ese don que se nos había concedido.
Todos nacemos con un don, pero también somos susceptibles a perderlo en algún momento de nuestra vida.